Conforme pasó el tiempo fui cruzándome con muchos 'hombres de mi vida' (entendiendo 'vida' por 'no más de seis años': ha sido lo máximo que me ha durado una relación). Siempre andaba buscando al perfecto, al que me comprendiera. Esperaba que tarde o temprano tropezaría con quien el destino me tenía preparado para 'comer perdices'. Valiente mierda, que diría mi abuela. Estuve con unos cuantos y pienso, ahora, que a todos y cada uno de ellos los conocí en el momento equivocado. Si no, con todos y cada uno de ellos, habría funcionado.
Entonces, reapareció él. Era un antiguo compañero de estudios y pensé que se trataba del 'elegido'. Sonaba bien aquello del reencuentro. Al menos, a mi cabeza llena de pajaritos le pareció muy romántico. Y me colgué como una quinceañera. No era ni de lejos el ideal. De hecho, la lista de defectos superaba muy mucho a la de virtudes, pero entonces yo tenía, no una venda, sino una sábana en los ojos. Justificaba todas sus faltas y confiaba en que cambiaría (típico, ¿no?). Me quería. Decía que no podría jamás vivir sin mí y me entregué del todo. Puse en práctica el plan que urdí de infante -no al pie de la letra, ya que obvié la parte del matrimonio y ya rozaba los 35-, y me quedé embarazada.
Fueron nueve meses infernales que no voy a recordar. Grosso modo, padecí todos los males que conlleva gestar una vida. Pero cuando comencé a sentir sus pataditas en mi barriga, pensé que todo el sufrimiento merecería la pena. Mi pareja, la que debía apoyarme, llevó peor que yo (es lo que decía) mi estado y comenzó a alejarse poco a poco. El desinterés que manifestaba por mí y por el niño me golpeaba como una estaca, pero la sábana estaba apretada fuertemente a mi cabeza y me negaba a ver la realidad.
Cuando solo faltaba un mes para conocer a mi chiquito, el 'hombre de mi vida' me engañó con otra. Y así me quedé. Sola con mi barriga, controlando mi emociones para que mi pequeño no sufriera y preparando a contrarreloj su llegada.
Cuando nació...Suena a topicazo, pero es cierto eso que dicen de que 'a un hijo se le quiere más que a nada en el mundo'. Es un amor que duele porque se convierte en tu todo. Ahora que tiene casi seis meses pienso con rabia que todavía no he podido querer a mi hijo calmada. Y no hay derecho, porque, señores, en contra de lo que se promulga, las madres solteras tenemos las de perder. Yo ya estoy de juzgados porque el padre de mi hijo enarbola ahora la bandera de sus derechos como padre. Ahora.
No estaba preparada para todo esto. Nadie lo está. Y es una auténtica putada. Me siento tan chiquita, tan impotente, tan enfadada...Ahora más que nunca sé lo que significa amar con todas mis fuerzas a otro ser. Y también, ahora más que nunca, sé lo que significa odiar con todas mis fuerzas a alguien.
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