lunes, 26 de septiembre de 2016

Dolor crónico

No estaba preparada para esto. Cuando eres chiquita te imaginas que tu vida va a ser de una determinada manera. La planeas con pelos y señales. Soy "ochentera", ergo he crecido con pelis Disney que te llenan la cabeza de finales felices, de príncipes azules y todas esas mierdas. Así pues y como el resto de mis amigas, pensaba en casarme y tener dos hijos para cuando cumpliera los 30. En concreto, el primero, que sería un niño, lo tendría a los 26 (me parecía la edad perfecta). Eso sí, antes viviría unos años sola en mi propio piso hasta que conociera al 'hombre de mi vida'.

Conforme pasó el tiempo fui cruzándome con muchos 'hombres de mi vida' (entendiendo 'vida' por 'no más de seis años': ha sido lo máximo que me ha durado una relación). Siempre andaba buscando al perfecto, al que me comprendiera. Esperaba que tarde o temprano tropezaría con quien el destino me tenía preparado para 'comer perdices'. Valiente mierda, que diría mi abuela. Estuve con unos cuantos y pienso, ahora, que a todos y cada uno de ellos los conocí en el momento equivocado. Si no, con todos y cada uno de ellos, habría funcionado.

Entonces, reapareció él. Era un antiguo compañero de estudios y pensé que se trataba del 'elegido'. Sonaba bien aquello del reencuentro. Al menos, a mi cabeza llena de pajaritos le pareció muy romántico. Y me colgué como una quinceañera. No era ni de lejos el ideal. De hecho, la lista de defectos superaba muy mucho a la de virtudes, pero entonces yo tenía, no una venda, sino una sábana en los ojos. Justificaba todas sus faltas y confiaba en que cambiaría (típico, ¿no?). Me quería. Decía que no podría jamás vivir sin mí y me entregué del todo. Puse en práctica el plan que urdí de infante -no al pie de la letra, ya que obvié la parte del matrimonio y ya rozaba los 35-, y me quedé embarazada.  

Fueron nueve meses infernales que no voy a recordar. Grosso modo, padecí todos los males que conlleva gestar una vida. Pero cuando comencé a sentir sus pataditas en mi barriga, pensé que todo el sufrimiento merecería la pena. Mi pareja, la que debía apoyarme, llevó peor que yo (es lo que decía) mi estado y comenzó a alejarse poco a poco. El desinterés que manifestaba por mí y por el niño me golpeaba como una estaca, pero la sábana estaba apretada fuertemente a mi cabeza y me negaba a ver la realidad.

Cuando solo faltaba un mes para conocer a mi chiquito, el 'hombre de mi vida' me engañó con otra. Y así me quedé. Sola con mi barriga, controlando mi emociones para que mi pequeño no sufriera y preparando a contrarreloj su llegada. 

Cuando nació...Suena a topicazo, pero es cierto eso que dicen de que 'a un hijo se le quiere más que a nada en el mundo'. Es un amor que duele porque se convierte en tu todo. Ahora que tiene casi seis meses pienso con rabia que todavía no he podido querer a mi hijo calmada. Y no hay derecho, porque, señores, en contra de lo que se promulga, las madres solteras tenemos las de perder. Yo ya estoy de juzgados porque el padre de mi hijo enarbola ahora la bandera de sus derechos como padre. Ahora. 

No estaba preparada para todo esto. Nadie lo está. Y es una auténtica putada. Me siento tan chiquita, tan impotente, tan enfadada...Ahora más que nunca sé lo que significa amar con todas mis fuerzas a otro ser. Y también, ahora más que nunca, sé lo que significa odiar con todas mis fuerzas a alguien. 

miércoles, 19 de agosto de 2009

Un mundo de déspotas

Joder. Me ha vuelto a salir el herpes. No me sorprende. El estrés ha despertado de su letargo a los "bichitos" que viven en las células de mis sienes y se han vuelto locos. Y otra vez me estoy mordiendo las uñas. Con lo que me había costado dejar ese insano vicio -es peor que el tabaco-. Y todo se lo debo a mis queridos déspotas. Sí, en este post me pienso desahogar. Hablo de esos jefecillos de tres al cuarto que ascienden porque no hay otros a los que dar ese "carguito", y al recibirlo, se transforman. Jolín, que rápido aprenden a explotar a los que, hasta hace nada, se sentaban junto a ellos. Los desprecio. Son malas personas, como los cantautores.

sábado, 1 de agosto de 2009

El gato dorado


Hace unos meses, un compañero poco amigable, pero bastante cumplido, me hizo un regalo peculiar. Se trataba de uno de esos gatos dorados de la suerte que venden en los bazares chinos. Desde que lo tuve en mis manos, lo odié, pero por la inexplicable y absurda superstición, no fui ni he sido capaz de desprenderme de él. Es más, he creado en torno a este tótem hortera la creencia ridícula de que, si lo tiro o cambio de lugar, las cosas me irán mal. Y hoy, pensando en ello, me he dado cuenta de que mi vida y la de los que me rodean está mediatizada por otro tipo de felinos de plástico, los invisibles, aquellos que marcan nuestras conciencias. Son los que hacen que te muerdas las uñas; los que frenan tu instinto. Los que coartan tus deseos cada vez que bajan su patita. Incluso silencian tu voz para dejar hablar a la de la complacencia. Pero no nos rebelamos. Todo sea por mantener el ¿equilibrio? en nuestras vidas.

lunes, 29 de junio de 2009

Mañana

Últimamente, no soy capaz de mantenerme demasiado tiempo en el presente. Y no es bueno. Primero, porque lo que está por venir no existe, y uno no puede vivir del mañana. Y segundo, porque, de esta manera, el ahora agobia, enloquece. Pero ya he encontrado la fórmula para disfrutar un ratito más del hoy. Fijar mi atención en las pequeñas cosas, en las que son capaces de arrancarme una sonrisa. Y por muchas de ellas, merece la pena quedarse.

domingo, 22 de marzo de 2009

Vértigo

Fijo mis ojos en esos obreros, los de la fotografía de Charles Ebbets, y no puedo evitar sentirme como ellos. Aparentemente tranquilos, apacibles, pero con un inmenso vacío bajo sus pies. No es una emoción nueva. Ya la conozco, pero hacía tiempo que el bocadillo me duraba demasiado. Y hoy me lo he acabado. Miro hacia abajo y el vértigo se apodera de mí. ¡Puedo controlarlo! -me digo-, aunque cuesta demasiado fijar la vista al frente y sentirme de nuevo segura. ¿Por qué no me subiría otro tentempié?